lunes, 7 de mayo de 2012

Los hijos del volcán


Tonga no es un vistoso baile que la gente de la tercera edad baila con un colgante de flores en una perdida de dignidad preocupante. El Reino de Tonga es la unión de más de 170 islas, 50 deshabitadas, en el recoveco más desconocido del Pacífico. El archipiélago no tenía partidos políticos hasta la mitad de los años 90, el Rey controla los medios de comunicación del país, el tongano sigue viviendo de la pesca y la agricultura y su selección de fútbol fue la primera en perder contra Samoa Americana, reconocida internacionalmente como la peor del mundo. Pero hay algo de lo que todo tongano se siente orgulloso, de las Águilas del Mar, su selección de rugby.

Con tan sólo 100000 habitantes, una población cercana a la de ciudades como Palencia, Ourense o Girona, Tonga ocupa la novena posición del ranking mundial superando a selecciones con más de un siglo de tradición como Escocia o combinados como Italia, miembro como el Xv del Cardo del selecto club del Seis Naciones y que cuenta con alrededor de 600 veces la población de Tonga.

Entre inmensas plantaciones de vainilla, palmito y coco crecen los que para muchos son los hombres con la genética perfecta para la práctica del rugby, dato no empírico que no pasa desapercibido para otras naciones que prometiendo mejores oportunidades a los chicos consiguen que los jóvenes tonganos jamás bailen el Sipi Tau, la danza de los viejos guerreros. Grandes jugadores como el flanker del XV del Dragón, Toby Faletau, los hermanos Faingaa o incluso el considerado por muchos como el mejor jugador de la historia, Jonah Lomu, que nació en Nueva Zelanda pero su origen es tongano y paso en el pequeño archipiélago su adolescencia, dejaron de lado la tierra de sus padres por la falta de organización tongana.

Las Águilas del Mar cumplen pocas de las características demográficas y económicas que debería tener una selección de rugby de primer nivel, pero su forma de combatir y su fuerza permite que los tonganos puedan retar a continuos pulsos a su destino. Nadie en las 170 islas tonganas olvidará jamás cuando su selección sorprendió al mundo en el Mundial de 2007 disputado en Francia donde tras vencer a sus vecinos samoanos y a Estados Unidos a punto estuvieron de imponerse a la Sudáfrica que semanas más tarde se proclamaría campeona del mundo, combinado de estrellas que sólo pudo imponerse a las Águilas del Mar a base de una defensa heroica y un equipo muy serio que aprovechó la falta de continuidad de la delantera tongana y su poca resistencia para finalmente vencer por 30 a 25.

Parecía que nunca volverían a tener las Águilas una oportunidad como aquella para pasar a la historia del deporte oval, pero el Mundial de Nueva Zelanda les brindó una revancha en la que sólo ellos confiaban. El estadio Westpac de Wellington, con una capacidad cercana a la mitad de la población del Reino de Tonga, albergó el encuentro entre la elegante Francia de los Morgan Parra y Maxime Médard, el dandy de Toulouse, y el rocoso combinado del Pacífico, un encuentro al que el Xv del Gallo llegaba como claro favorito. Lo ocurrido aquella tarde en la capital neozelandesa no sólo no se le olvidará a los habitantes del pequeño país polinesio, ese día las Águilas del Mar se quitaron ataduras y jugaron a Francia a pecho descubierto obligando a los franceses a jugar al ritmo que ellos marcaban consiguiendo una victoria épica. Pese a la hazaña fue Francia la que acompañó a Nueva Zelanda a cuartos de final aprovechando el punto bonus defensivo que obligaba a los tonganos a ganar con cuatro ensayos o más de siete puntos de ventaja para ser segundos. 

Francia terminaría siendo subcampeona en Nueva Zelanda y poniendo en serios problemas a la selección anfitriona, pese a el juego gris ofrecido durante todo el torneo, pero los días siguientes a la derrota en Wellington la prensa francesa tildó la derrota por 19 a14 contra los tonganos como el encuentro más humillante en la historia del XV del Gallo, los aficionados exigían que sus jugadores pidiesen perdón y de forma incomprensible el XV del Gallo fue el hazmerreír del planeta oval.

Mientras en el pequeño y un poco menos desconocido Reino de Tonga las danzas siguen todavía activas por la increíble hazaña de Finau Maka y sus Águilas del Mar, que no serán jamás protagonistas de grandes reportajes estadounidenses ni serán reclamo de las grandes firmas, pero que son el mejor baluarte de ese anuncio algo hortera que decía que Impossible Is Nothing


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