Tonga no es un vistoso baile que la gente de la
tercera edad baila con un colgante de flores en una perdida de dignidad
preocupante. El Reino de Tonga es la unión de más de 170 islas, 50
deshabitadas, en el recoveco más desconocido del Pacífico. El archipiélago no
tenía partidos políticos hasta la mitad de los años 90, el Rey controla los
medios de comunicación del país, el tongano sigue viviendo de la pesca y la
agricultura y su selección de fútbol fue la primera en perder contra Samoa
Americana, reconocida internacionalmente como la peor del mundo. Pero hay algo de lo que todo tongano se siente
orgulloso, de las Águilas del Mar, su selección de rugby.
Con tan sólo 100000 habitantes, una población
cercana a la de ciudades como Palencia, Ourense o Girona, Tonga ocupa la novena
posición del ranking mundial superando a selecciones con más de un siglo de
tradición como Escocia o combinados como Italia, miembro como el Xv del Cardo
del selecto club del Seis Naciones y que cuenta con alrededor de 600 veces la
población de Tonga.
Entre inmensas plantaciones de vainilla, palmito
y coco crecen los que para muchos son los hombres con la genética perfecta para
la práctica del rugby, dato no empírico que no pasa desapercibido para otras
naciones que prometiendo mejores oportunidades a los chicos consiguen que los jóvenes
tonganos jamás bailen el Sipi Tau, la danza de los viejos guerreros. Grandes
jugadores como el flanker del XV del Dragón, Toby Faletau, los hermanos Faingaa
o incluso el considerado por muchos como el mejor jugador de la historia, Jonah
Lomu, que nació en Nueva Zelanda pero su origen es tongano y paso en el pequeño
archipiélago su adolescencia, dejaron de lado la tierra de sus padres por la
falta de organización tongana.
Las Águilas del Mar cumplen pocas de las
características demográficas y económicas que debería tener una selección de
rugby de primer nivel, pero su forma de combatir y su fuerza permite que los
tonganos puedan retar a continuos pulsos a su destino. Nadie en las 170 islas
tonganas olvidará jamás cuando su selección sorprendió al mundo en el Mundial
de 2007 disputado en Francia donde tras vencer a sus vecinos samoanos y a
Estados Unidos a punto estuvieron de imponerse a la Sudáfrica que semanas más
tarde se proclamaría campeona del mundo, combinado de estrellas que sólo pudo
imponerse a las Águilas del Mar a base de una defensa heroica y un equipo muy
serio que aprovechó la falta de continuidad de la delantera tongana y su poca
resistencia para finalmente vencer por 30 a 25.
Parecía
que nunca volverían a tener las Águilas
una oportunidad como aquella para pasar a la historia del deporte oval,
pero el
Mundial de Nueva Zelanda les brindó una revancha en la que sólo ellos
confiaban. El estadio Westpac de Wellington, con una capacidad cercana
a la
mitad de la población del Reino de Tonga, albergó el encuentro entre la
elegante Francia de los Morgan Parra y Maxime Médard, el dandy de
Toulouse, y el rocoso combinado del Pacífico, un encuentro al que el Xv
del
Gallo llegaba como claro favorito. Lo ocurrido aquella tarde en la
capital
neozelandesa no sólo no se le olvidará a los habitantes del pequeño
país polinesio, ese día las Águilas del Mar se quitaron ataduras
y jugaron a Francia a pecho descubierto obligando a los franceses a
jugar al
ritmo que ellos marcaban consiguiendo una victoria épica. Pese a la
hazaña fue Francia la que acompañó a Nueva Zelanda a
cuartos de final aprovechando el punto bonus defensivo que obligaba a
los
tonganos a ganar con cuatro ensayos o más de siete puntos de ventaja
para ser
segundos.
Francia terminaría siendo subcampeona en
Nueva Zelanda y poniendo en serios problemas a la selección anfitriona, pese a
el juego gris ofrecido durante todo el torneo, pero los días siguientes a la
derrota en Wellington la prensa francesa tildó la derrota por 19 a14 contra los
tonganos como el encuentro más humillante en la historia del XV del Gallo, los aficionados
exigían que sus jugadores pidiesen perdón y de forma incomprensible el XV del
Gallo fue el hazmerreír del planeta oval.
Mientras en el pequeño y un poco menos desconocido Reino de Tonga las danzas siguen todavía activas por la increíble hazaña de Finau Maka y sus Águilas del Mar, que no serán jamás protagonistas de grandes reportajes estadounidenses ni serán reclamo de las grandes firmas, pero que son el mejor baluarte de ese anuncio algo hortera que decía que Impossible Is Nothing
Mientras en el pequeño y un poco menos desconocido Reino de Tonga las danzas siguen todavía activas por la increíble hazaña de Finau Maka y sus Águilas del Mar, que no serán jamás protagonistas de grandes reportajes estadounidenses ni serán reclamo de las grandes firmas, pero que son el mejor baluarte de ese anuncio algo hortera que decía que Impossible Is Nothing
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